Hace cuatro años, el realizador turco-alemán Fatih Akin culminó su trilogía sobre el Amor, la Muerte y el Demonio con El padre (2014), su primera y hasta la fecha única (quizás por las duras críticas que recibió) incursión en el cine de época. Sin embargo, visto su último trabajo, En la sombra (ganador del Globo de Oro a la mejor película extranjera), quizás este hubiese sido un más conveniente (y coherente) cierre del ambicioso proyecto. Y es que aunque Akin se muestra igual de tremendista en su manera de tratar crímenes contra la humanidad en ambos casos, la actualidad del tema que trata En la sombra (los atentados terroristas a por parte de grupos neonazis en Alemania entre 2000 y 2007), frente al carácter de epopeya histórica sobre el genocidio armenio de El padre, entronca mejor con el carácter generacional de Contra la pared (2004) o Al otro lado (2007), las dos primeras obras del conjunto. Tras tomarse un respiro con la distendida Goodbye Berlin (2016, road movie con la que volvió al cine de sus comienzos), Akin vuelve como decíamos a enfrentarse al doloroso presente sociopolítico desde un drama de consecuencias funestas, que de nuevo hace énfasis no solo en la fuerza de los lazos familiares, sino también el desolador desarraigo al que uno se ve forzado cuando éstos se cortan.
Akin regresa también con En la sombra a su multicultural Hamburgo natal para narrarnos el derrumbamiento de Katja, una mujer que pierde en un atentado a su marido, de origen turco, y al hijo de ambos. Comienza así una tragedia dividida en tres partes, la primera de ellas exponiendo el desconsuelo y la imposibilidad de aceptación (aspectos que nos van a acompañar toda la cinta) de la protagonista, interpretada por una indudablemente entregada aunque en ocasiones un poco limitada Diane Kruger (ganadora del premio a la mejor actriz en Cannes), muy lejos de sus habituales personajes elegantes. Akin también se vale de esta historia individual para poner en primer plano otra cuestión habitual en su cine, las problemáticas generales de la inmigración, todo ello buscando removernos por dentro a través de la visceralidad que se torna incluso física en el uso de la sangre. En este sentido, resulta destacable encontrarnos con una escena muy similar a otra que vimos en la nominada al Oscar En cuerpo y alma (2017), con una llamada que en el último momento cambia el destino de los personajes. Pero si la película de Ildikó Enyedi se decantaba por el optimismo, En la sombra nunca se va a arrastrar por el espíritu bienintencionado: las heridas que muestra Akin son tan profundas que no pueden curarse.
La segunda parte se diferencia del habitual filme de juicios por el uso de los violentos planos picados y de los sentimientos exhaltados alejados del proceso analítico; aunque precisamente es ello lo que desmonta una película a la que quizás le hubiese convenido más el tono sobrio de, por ejemplo, Al otro lado. No era necesario forzar un debate ya muy evidente (y necesario) en torno a la ineficacia de una justicia racista que se pone más en contra de la víctima que al acusado, generando en los supervivientes una sed de venganza que solo puede calmar ellos mismos. De este modo, y como suele ser habitual en su filmografía, en la última parte Akin cambiará de escenario, trasladándose a Grecia (otro país con graves conflictos de ultraderecha), como en otras ocasiones lo ha hecho a Turquía, Italia o Estados Unidos; viajes por lugares solitarios que son a la vez literales y emocionales, con la intención de que los personajes se busquen a sí mismos. El mar como elemento liberador también suele dar a los protagonistas la voluntad de forzar las situaciones para cumplir sus objetivos. En el caso que nos ocupa, el mayor mérito residía en hacernos comprender las motivaciones, la dudas y finalmente las resoluciones de Katja, las compartamos o no, y en nuestro opinión (que sabemos que no es la de muchos), eso se consigue.
Gracias a su posición intermedia (que en otras ocasiones en su cine ha sido protagonista de un conflicto de identidad), Akin se permite juzgar más desde la afectación que desde la distancia. Y si ya lo hacía severamente con Turquía en El padre, en la que el demonio estaba representado por los causantes de genocidio, con En la sombra su objetivo es una Alemania que no se ha curado de su pasado como quiere aparentar, y en la que el odio, auténtico demonio de nuestra sociedad, sigue siendo el principal motor. Son precisamente la eficacia de Akin y su equipo, y la evidente furia que les envuelve, las que elevan mínimamente por encima del nivel del telefilme un trabajo que se queda más en el terreno de lo superficial y provocador que en el de la denuncia realmente incisiva.
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