Reseña de Miguel Delgado
Todos los años se estrena una película de terror que se alza con el título impuesto de la crítica como la mejor cinta del género del momento, como si fuera una especie de carrera o competición, algo que no ocurre de tal manera en otros. Al final, esta consideración es un arma de doble filo y nos acabamos encontrando ante películas que no son ninguna obra maestra y que incluso puede llegar a recibir algo de rechazo por parte de cierto público ante el hinchado recibimiento inicial. Este año parecía que la ganadora de este título honorífico era Hereditary de Ari Aster que consiguió unas magníficas críticas tras su paso por Sundance, pero por sorpresa otra candidata ha irrumpido con fuerza: Un lugar tranquilo, la tercera película como director del también actor y guionista John Krasinsky, y su primera incursión en este género. Con un éxito arrollador de público y aclamación casi unánime de la crítica, pudiera parecer que nos encontramos ante uno de esos pocos casos que nos hacen creer que podemos seguir teniendo fe en el terror como cine de calidad y que además es capaz de atraer al espectador al cine, aunque nada más lejos de la realidad.
El argumento parte de una premisa simple y estimulante: una familia debe sobrevivir en silencio en un mundo devastado por unas criaturas ciegas que se mueven por su sonido hiperdesarrollado. Este punto de partida da pie a una escena inicial en la que Krasinskyi maneja con soltura los elementos de calidad que se le presuponen a dicho argumento: un uso del silencio magnífico, una construcción de la tensión sin golpes de efecto y un genial pulso dramático para llegar a un impactante desenlace para lo que habría sido un cortometraje maravilloso. El problema es que después de estos cinco minutos hay toda una película detrás bastante mediocre.
Varios son los inconvenientes de una cinta que, si bien consigue algunos momentos de alta tensión y un ritmo que fluye veloz, es conscientemente simple. Una historia de supervivencia sencilla y al grano con unos personajes de los que apenas sabemos nada, y con un drama subyacente que no termina de aportar gran cosa. Esto no tendría que ser en ningún caso un motivo para convertir Un lugar tranquilo en una mala película, pero para ello debería funcionar como un reloj, y a la hora de la verdad el mecanismo del filme hace aguas por numerosos frentes. Podríamos empezar citando el sorprendente y descarado uso de los jump scares (o sustos de toda la vida) más descarados, de los que intentan provocar un infarto al espectador a base de un golpe sonoro brutal pero que luego no llevan a ninguna parte (curiosamente, casi ningún momento que involucre criaturas cuenta con este recurso). Un recurso manido, barato y tramposo, casi tanto como un guion que carece de lógica interna en cuanto a las habilidades de las criaturas (con un diseño y acabado poco inspirado), a las que a veces no les hace falta oír para atacar, o unos personajes extremadamente inteligentes en sus capacidades de sobrevivir, pero con arrebatos de estupidez soberana. Y así con muchos otros aspectos. Este salto de las reglas por parte de Krasinki (que reescribió el libreto original de Bryan Woods y Scott Beck) hace que uno pierda rápidamente el interés, puesto que al final la cinta acaba convertida en un todo vale según le convenga a la trama para avanzar.
Quitando trucos cutres del género, la realización de Krasinky resulta solida en general pero nada original y con algún momento muy mal resuelto (el abuelo en el bosque, por ejemplo), y del mismo modo con el resto de los elementos técnicos, incluida una banda sonora compuesta por Marco Beltrami, que funciona bastante bien en el terreno dramático pero fracasa estrepitosamente en su uso como medio de crear tensión en las secuencias terroríficas, ahogando el uso clave del silencio sobre todo en el tramo final con una partitura atronadora que es un plagio descarado de lo compuesto por el malogradom Jóhann Jóhannson para Sicario (2015) o Jon Ekstrand para Life (2017). Con estos elementos poco puede hacer un solvente reparto encabezado por Emily Blunt y el propio realizador. No en vano el mejor momento de la película, más allá del mencionado prólogo, corre de su cargo casi al final.
El hecho de que Un lugar tranquilo finalmente no se considerara para formar parte de la muy denostada saga Cloverfield cuando esa era la idea original de los creadores hacía pensar que nos encontraríamos ante un gran trabajo, pero el resultado último hubiese estado muy lejos de ser uno de los mejores trabajos de la franquicia. Una película tramposa y simplona que flaco favor hace al terror, aprovechándose de manera masiva de sus peores defectos. Lo sentimos, pero el título de mejor película de terror del 2018 tendrá que seguir esperando.