Custodia compartida, el debut en el largometraje del actor Xavier Legrand, que ganó el premio al mejor director el año pasado en Venecia, supone la coherente continuación de su exitoso cortometraje de 2013 Antes de perderlo todo, nominado incluso al Oscar. En él una mujer, Miriam, huye con sus dos hijos de la casa en la que vive con su temible marido, Antoine. La ópera prima de Legrand comienza cuando el divorcio entre ambos ya es efectivo, en la vista con la jueza para determinar a raíz de las acusaciones por ambas partes, y de la defensa de Antoine por parte de su abogada, qué tipo de custodia es más conveniente para los hijos. Ellos, como siempre en este tipo de procesos, se encuentran en el medio del conflicto: una adolescente de 18 años que ya hace su vida, y sobre todo Julien, de 11, presionado aparentemente por ambos lados. Legrand se alejará de los terrenos tremendistas en torno a la familia desintegrada transitados por ejemplo por Andrey Zvyagintsev en Sin amor (2017), para adoptar un estilo más bien dardenniano, es decir, realista y directo, en el que no hay lugar para un ápice de sensacionalismo.
En esta apertura que comentábamos, Legrand comienza ya a jugar con los espectadores, (al menos con aquellos que no han visto el cortometraje), haciéndoles partícipes de esas esas dudas absurdas y cuestionamientos que cada día reciben las mujeres que sufren abusos o violencia doméstica: si no ha denunciado antes, si no hay pruebas suficientes, si ella no se comporta como una típica víctima, si no está tan aparentemente anulada o triste como debería… Tal vez no sea todo culpa del hombre. Tal vez él tenga sus motivos. Tal vez la madre está manipulando psicológicamente a su hijo para que no quiera verle. Tal vez… Y así hasta que pasa suficiente tiempo como para que suceda una tragedia.
La película, con un guion que no tiene demasiados diálogos, avanza a través de la tensión que se va generando debido a lo que no vemos y no sabemos nosotros, y de lo que hacen o no dicen los personajes, y que hacia el final se torna insoportable. Además de manejar este recurso de manera impecable, Legrand se manifiesta también como un notable director de actores, entre los que destacaría la revelación del niño Thomas Gioria, capaz de transmitir solo con una mirada o unas lágrimas la angustia palpable, pero también Denis Manochet como el padre, cuya sola presencia o la colocación de sus manos ya resulta amenazante. Sin embargo, pese a su paulatino y sutil acercamiento al género de intriga, la cinta nunca cae en la obviedad o el efectismo de otros filmes como Refugiado, de Diego Lerman (2014), que también contaba desde el punto de vista de un niño el miedo que no abandona nunca a los tratan de escapar esa situación de brutalidad. Y es el naturalismo con el que Legrand aborda el tema el que provoca efectos emocionalmente devastadores.
Custodia compartida es una película social en el más amplio sentido, ya que su mensaje final apela precisamente a toda una sociedad ignorante, ciega e hipócrita, que prefiere no enterarse de lo que hay al otro lado de la puerta antes que hacer algo para ayudar. Una obra con los pies en el suelo y con la verdad por delante, ya que lo que Legrand disecciona objetivamente, con la pericia de un cirujano, es la normalización de algo tan terrorífico como es el peligro real, es decir, del provocado por el ser humano.
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