Uno siempre espera de la sección Nuevos Directores del Festival de San Sebastián sorpresas y quizás algo de riesgo en sus propuestas. La ganadora de la última edición, La mujer que sabía leer, es una ambiciosa producción de época de apariencia convencional, pero con un trasfondo nada típico. Situarla en su contexto histórico resulta fundamental: Napoleón III, presidente de la Segunda República Francesa, la abolió en 1852 tras una guerra civil de 4 años para establecerse como emperador, apresando a muchos de los que eran contrarios al régimen autoritario. La ópera prima de Marine Francen, ayudante de dirección de Olivier Assayas y Michael Haneke, centra su acción en uno de esos pueblos, aislado en la montaña, que sufrió la pérdida de todos los hombres, quedándose la mujeres solas y obligadas a desempeñar tareas habitualmente masculinas, mientras las más jóvenes ven como su futuro desaparece y se marchitan sin aspiraciones sentimentales ni físicas.
El título original, Le semeur (El sembrador), sirve como doble juego de palabras: por un lado, se refiere al trabajo al aire libre de esas mujeres en el campo, inspirado en la pintura de Jean-François Millet (Francen no oculta la referencia, incluso desde el mismo título al que hemos hecho referencia, que comparte también con una famosa obra del pintor realista francés), contemporáneo a la época en la que se desarrolla la película, que daba la misma importancia que la realizadora a la que la ambientación natural, y al detallismo con el que están descritas las labores y las localizaciones. Pero también el sembrador se refiere a Jean, un herrero en el que ellas verán una vía de liberación a su deseo frustrado y la única esperanza de supervivencia a través de la fecundación. El título en español, sin embargo, pone el foco en otro lado, en la protagonista, Violette, una chica inteligente cuyo padre enseñó a leer, que quiere transmitir ese conocimiento a los niños del pueblo, y que es la autora del relato de culto en el que se basa la película. Jean, atraído por esta personalidad moderna y diferente, se enamorará de ella, pero Violette sentirá la necesidad (en parte forzada) de compartirle con las demás.
La mujer que sabía leer rompe con la idea preconcebida de algunos sentidos asociados solo a hombres y no a mujeres, como es el deseo sexual. En esta caso, ellas no van a ser los seres sumisos que se conforman con lo que tienen, sino que aprovecharán hasta el límite la insólita situación que se les plantea. Pero también la cinta nos habla de sentimientos tan universales como son los celos y la libertad, o más bien la falta de ella, siendo la algo repetitiva narración quizás necesaria para mostrar el ambiente opresivo que se va desarrollando entre las habitantes del lugar. Esto además contrasta con el ambiente bucólico de montaña, remarcado por la fotografía de Alain Duplantier, cuyo tratamiento de la luz potencia el formato 4 tercios y recuerda, especialmente en los interiores, al menos coherente que Millet pero siempre estimulante cinematográficamente Johannes Vermeer, de quien también toma Francen su costumbrismo, y, de fondo, un cierto sentido moralista.
Lo que podría ser una telenovela de romanticismo exaltado, en La mujer que sabía leer se convierte en un trabajo de carácter estético, pero que no por ello pierde su humanismo. Al contrario de lo que pueda parecer, Francen se aleja de tendencias academicistas para manejar con un pulso firme una obra en la que el punto de vista profundamente femenino, tanto de su directora como de sus personajes, determina su éxito y su buen funcionamiento.