Hemos hablado muchas veces, tanto aquí como en otros medios, de la importancia del cine hecho por (que no para) mujeres en Alemania. El XX Festival de Cine Alemán nos ha dado la oportunidad de poder ver los prometedores debuts de dos directoras: Ella & Nell, de Aline Chukwuedo, y Sommerhäuse (El jardín), de Sonja Maria Kröner, a la cual le vamos a dedicar el primer texto de nuestra segunda crónica. Las reuniones familiares, tema de procedencia teatral, siempre dan mucho juego en el séptimo arte; mísmamente, ha llegado recientemente a las pantallas españolas En tiempos de luz menguante (2017), de Matti Geschonneck, que narraba una fiesta de cumpleaños en uno de los últimos días en la RDA. En el filme de Kröner, por su parte, nos situamos al otro lado del muro, en la Alemania Federal, y una década antes, en los años 70, aunque en planteamiento es del todo universal: tres generaciones de un mismo clan de clase acomodada se reúnen tras la muerte de la abuela en su casa veraniega, donde comenzarán los problemas sobre qué hacer con la propiedad, lo que dará lugar a que salgan a la luz nuevos y viejos rencores.
El filme comienza con el premonitorio sonido de un trueno, el cual adelanta los conflictos que, como una tormenta (finalmente literal), van a descargar sobre los antipáticos personajes. Kröner parece heredera del estilo y el tono realista y distanciado de la Escuela de Berlín, en un filme que se aleja de las típicas escenas diálogadas para concluir en un clímax exarcebado y dialéctico. Vamos a ver la jornada sucederse a través de escenas de transición, de momentos en los que parece que no sucede nada, pero que ocultan una tensión nunca resuelta. Pese a lo interesante de esta perspectiva, El jardín necesitaría aportar algo realmente novedoso para destacar dentro de un subgénero muchas veces visto, y la sensación última es de que no lo hace.
No abandonamos el pasado alemán para hablar de uno de los filmes más esperados de la edición del Festival, Der Hauptmann (El capitán) de Robert Schwentke, conocido sobre todo por sus trabajos comerciales estadounidenses, que vuelve a su país con una solvente obra, ganadora de la mejor fotografía el año pasado en San Sebastián, y del premio al mejor sonido en los últimos LOLA. Schwentke nos cuenta la historia real que tuvo lugar durante la últimas semanas de la Segunda Guerra Mundial, en las que un desertor de 19 años encuentra un uniforme de capitán que se pone para abrigarse. En el momento en que se ve ataviado como un alto cargo, no solo cambia su aspecto físico, sino también el mental: la capacidad de poder le domina, y poco a poco va ganando liderazgo y crueldad en medio de la locura que le rodea, que parece sacada directamente de un sketch de Gila.
Y es que nos encontramos ante un filme de inspiración buñueliana, berlanguiana e incluso sauriana, dicho por el propio director en su visita a Madrid para presentarlo, en su manera de satirizar el fascismo y sus consecuencias. Sin embargo, las risas amargas que pueda despertar la cinta, se congelan casi automáticamente ante la dureza de lo que se nos está contando. Al igual que comentábamos en la anterior crónica del Festival que el hacer películas prehistóricas siempre conlleva un riesgo de ridículo al hablar de El hombre que salió del hielo, en el género bélico lo que es complicado es sortear y no caer en lo que Jacques Rivette llamaba «la abyección». Sabemos que mostrar la violencia en ese ambiente es necesario, pero quizás la exposición de maldades, sufrimientos, asesinados, desmembramientos… se torna excesiva. Más en un trabajo de clara finalidad estética, como se ve en la fotografía de Florian Ballhaus, también conocido por su trabajo en Estados Unidos como Schwentke, en un despiadado blanco y negro, y la antimelódica banda sonora de Martin Todsharow, que era la que justamente necesita una película de estas características. Pero sin duda uno de los aspectos que más sobresale es su entregadísimo reparto, con un joven pero muy competente Max Hubacher a la cabeza, destacando cualquier escena que comparte con un gran Milan Peschel. Der Hauptmann genera debate, controversia, y, sobre todo, que el espectador se plantee que haría en una situación similiar si, al igual que ocurría con el filme de inauguración, Transit de Christian Petzold, los errores y horrores del ayer se volvieran a repetir en la actualidad, algo que no está tan lejos de ocurrir.
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