Reseña de Miguel Delgado
A pesar de su incesante ritmo de trabajo debido a numerosas deudas acumuladas, el hecho de que hoy en día llegue una película de Nicolas Cage a nuestras pantallas es sinónimo de muchas cosas. La primera, que la media de calidad de los trabajos de la otrora estrella de Hollywood resulta hoy ínfima, siendo la gran mayoría en Estados Unidos carne de lanzamientos directos a vídeo. La otra, que algo bueno deberá tener la cinta que logre traspasar esa difícil barrera y estrenarse en cines de medio mundo, aunque sea con un pronunciado retraso. Lo cierto es que Mamá y papá ha conseguido buenas críticas y la alabanza de los aficionados al cine de terror más cafre y desfasado; y sí que hay bastantes cosas que valen la pena en esta producción, que por desgracia se ve lastrada por algunos molestos factores.
Ya desde su punto de partida (un mundo en el que los padres se vuelven locos y empiezan a asesinar a sus hijos), es difícil no imaginarse que nos vamos a encontrar ante una comedia de lo más negra. Mamá y papá aborda la temática en su justa medida, bordeando en numerosos momentos la línea del mal gusto, pero arreglándoselas para no caer finalmente en lo chabacano. Desde un punto de vista argumental, la película funciona (aunque tiene algún flashback algo largo) y resulta original, divertida y una crítica social de lo más afilada ante la hipocresía y la desconexión personal reinante en la época actual. A esto ayuda en gran parte una Selma Blair muy metida en su personaje, y por supuesto un Cage desatado dando rienda suelta a sus mil y una expresiones a la vez, que además aporta una sorprendente humanidad a su personaje.
Sin embargo, todo esto queda a veces demasiado empañado por el histérico diseño audiovisual de la película. No debería extrañar siendo el encargado de la dirección Brian Taylor, uno de los dos miembros del dúo Neveldine/Taylor, responsables de la dirección de autenticas barrabasadas como las dos entregas de Cranck o Ghost Rider: Espíritu de venganza (2012). Pero aún así es inevitable no terminar desquiciado ante un montaje epiléptico y una banda sonora que taladra el celebro del espectador sin que pare ni un solo momento de los 83 minutos de metraje. La mezcla funciona en algún momento muy suelto en los que estos elementos se usan como refuerzo de la crítica desagradable, pero en general su uso se limita a resultar moderno, ágil y vibrante, fracasando por su abuso masivo.
Es una pena, ya que ese mismo guión, en unas manos menos alocadas habría podido dar lugar a una magnífica película de terror y humor desbocada, pero sin llegar al suplicio formal. Y aún con todo no es para nada un filme desdeñable, encontramos en su extremismo ideas interesantes y momentos divertidos que harán que, con todo, el recorrido valga la pena hasta llegar a un final muy acertado y en la línea de la propuesta.