La primera impresión que puede surgir sobre una película que gira exclusivamente en torno un contexto determinado por parte de un realizador que no pertenece al mismo, es de cautela. Es el caso de la bilbaína Arantxa Echevarría, que tras algunos cortos reconocidos como De noche y de pronto (2012), nominado al Goya, en su ópera prima presentada en la Quincena de los Realizadores de Cannes, Carmen y Lola, denuncia ciertos aspectos de la cultura gitana, sobre todo a lo que se refiere a la mujer y la religión. Para ello, la directora se traslada a Madrid y abre los ojos cotidianidad oculta: sin estudios, expectativas ni voluntad, las mujeres gitanas aspiran a casarse (alarmantemente) jóvenes, servir a su marido y a su familia política, y a tener hijos, y cualquiera que quiera salirse de esta dinámica tan asentada se arriesga a ser un proscrito dentro de su propio círculo. Más aún si se trata de una historia de amor homosexual, en un entorno de creencias, apariencias y habladurías que la imposibilita y anula.
Las Carmen y Lola del título, dos jóvenes enamoradas, van a luchar por superar todas la barreras que mencionábamos, mostradas por Echevarría de manera más cuidadosa cuando se fija en detalles y elementos costumbristas (como pueda ser todo el rito de la pedida, donde se exhibe a la novia como un premio, o del culto religioso), que cuando trata de reflejarlo en palabras y diálogos. El encorsetamiento que resulta de ponerlos además en la boca de actores noveles o no profesionales (en los que se acusa la falta de capacidad para improvisar), puede rozar el terreno de la sátira, lo cual, como decíamos al principio, es el mayor peligro que podía correr la cinta. Es lo que ocurre especialmente con los personajes de los padres, una suerte de estereotipos cuyas frases parecen solamente estar pensadas para criticar sus actitudes tradicionalistas y enquistadas.
Sin embargo, nada hay de sátira en la descripción de las protagonistas (sobre todo el de Lola), y la relación que se desarrolla entre ellas, con el extrarradio madrileño de fondo. Poco a poco, el relato va ganando la sutileza que al principio le faltaba, mejorando también el resto de caracteres en matices y interpretación. Las dos revelaciones de la película, las actrices Zaira Morales y Rosy Rodríguez, aguantan perfectamente los primeros planos, a través de los cuales Echevarría representa el deseo que va creciendo, recordando incluso a los de La vida de Adèle (2013). Pero la realizadora se diferencia claramente de Abdellatif Kechiche en que la manera en la que muestran los momentos de intimidad, dejando la sexualidad en un elegante fuera de campo, pero quedando al mismo tiempo muy patente.
Carmen y Lola no se va lejos en el tiempo o en el lugar, hablamos de una opresión heteropatriarcal que se da hoy en día en la misma capital española. Algo similar a lo que mostraba Deniz Gamze Ergüven en la Turquía de Mustang (2015), película con la que además comparte una conclusión similiar, de apariencia esperanzadora, que pondera la autonomía e independencia por encima de todo. Pero lo que en el fondo evidencia la cinta de Echevarría es una triste realidad: la de que las mujeres, para experimentar su libertad, siempre van a tener que renunciar a algo en su vida.