Reseña de Luis Suñer
Con este silencio de Violeta, personaje al que da vida la inmensa Eva Llorach, Quien te cantará desenreda la esencia psicológica sobre la que se construye. Porque la nueva y esperada película de Carlos Vermut, quien reconocía sentir un fuerte temor a no poder cumplir la expectativas depositadas en él tras la exitosa Magical Girl (2014), es ante todo una malsana amalgama de emociones integradas dentro de un milimetrado envoltorio audiovisual. Y es que cabría destacar que en su tercer largometraje, el cineasta demuestra su madurez formal con una dirección merecedora de toda loa. Lo logra gracias a la fuerza que radica en todas y cada una de sus imágenes, sabiendo jugar con inteligencia con la integración del color en el raccord emocional de la narración, utilizando con ingenio el uso de las luces y las sombras para irradiar el halo atmosférico que busca en todo momento. Un empaque visual que se fusiona con armonía en la musicalidad constante del relato. Ya sea en los estimulantes acordes del siempre efectivo Alberto Iglesias, en la música extradiegética que acompaña la estilización de los distintos personajes o, sobre todo, en las canciones que interpretan tanto la ya mentada Eva Llorach (doblada por Eva Amaral) y Lila Cassen (a quien encarna Nawja Nimri).
Una puesta en escena envolvente que invita al espectador a descender y dejarse llevar por la perversidad inherente a la filmografía de Vermut. Quién te cantará, se valdrá de un punto de partida que guiñará a Persona (Ingmar Bergman, 1966) para abordar una trágica y femenina historia de amor y odio maternofilial y oscuras dualidades. Secretos que se desarrollan mediante un guion comedido que juega a la artificiosidad del recitado, ahuyentando el realismo en pos de impactar emocionalmente. Desde la sequedad y el absurdo, abrazará un sinfín de reacciones, misterios e incomprensiones que apelan al desconocimiento tanto personal como mutuo de las protagonistas. Para ello, el director juega como hemos dicho con las relaciones entre madres e hijas. Una constante que se aborda desde lo impostado, véase Blanca ejerciendo de madre laboral de Lila, o desde los lazos de sangre, con Violeta y su hija Marta (Natalia de Molina), una nini peligrosa por su inestable y violento temperamento. Dominación y subordinación que apela en última instancia al enfrentamiento. Una aceleración hacia un clima asfixiante que conllevará a un clímax donde la sangre, la revelación del misterio y el intercambio de roles recogerán en las últimas secuencias la naturaleza escondida bajo el curso del relato.
Un drama puro de tintes más almodovarianos que finalmente lynchianos que logrará que sintamos a flor de piel la morbosa y continua incomodidad sobre la que se sustenta. Un exitoso regreso de Carlos Vermut que si bien no ha logrado el impacto de su anterior filme, bien ha demostrado una evolución estilística en su corta carrera y que para nada hubiese desentonado en otros festivales de clase A a parte de San Sebastián como por ejemplo Cannes o Venecia.