Si, con respecto a su película Cuerpo -Cialo- (2015), nos referíamos a la de Malgorzata Szumowska como “una mirada expresiva y provocadora”[1], dentro del cine polaco actual (algo ensombrecida por el monopolio de Pawel Pawlikowski), su último trabajo, Mug, no solo confirma esa afirmación, sino que refuerza y potencia sus principales características. Realizadora predilecta en la Berlinale, tras competir en 2013 con Amarás al prójimo, y ganar el premio exaequo en 2015 a la mejor dirección con la mencionada Cuerpo, el pasado año Szumowska volvió a irrumpir en el festival alemán dentro de una Sección Oficial más bien tibia, obteniendo el Gran Premio del Jurado con la historia de Jacek (Mateusz Kosciukiewicz), un joven heavy que planea irse a Londres y dejar atrás el entorno rural, conservador y profundamente religioso que le rodea. Se trata de un pequeño pueblo en el entorno de Świebodzin, donde se erige la Estatua de Cristo Rey más alta del mundo, 6 metros más que la del Corcovado en Río de Janeiro. Mug nos llevará a la época de construcción del imponente monumento, donde un accidente de trabajo truncará tanto el día a día como los sueños de futuro de Jacek.
Szumowska, siempre centrada en el estudio y la observación de los cuerpos humanos, en este caso se centra especialmente (aunque no solo) en el rostro, el cual le queda tan desfigurado al personaje que le lleva ser el paciente al que se somete el primer transplante de cara de Europa. Pese al éxito del mismo, ahorrándonos detalles escabrosos y pasando directamente al resultado, el nuevo semblante de Jacek, extraño y artifical, no dejará de parecer una máscara, como le ocurría al personaje principal de Abre los ojos (1997) de Alejandro Amenábar; sin embargo, nos encontramos lejos de un relato de terror o ciencia ficción, sino ante un singular ejemplo de realismo costumbrista. Es por ello que el uso reiterado del enfoque del plano difuminando los laterales, recurso ya bastante estandarizado para situaciones oníricas que desembocan en lo pesadillesco (incluso lo hemos visto en Netflix con series como Las escalofriantes aventuras de Sabrina), en Mug se antoja como una opción más puramente estética que narrativa.
Sin duda las secuelas más brutales que le quedarán a Jacek tras la intervención serán las psicológicas y emocionales, ante la reacción de la gente de ver a su antiguo vecino «transformado» en otra persona, incluso de su madre o de su novia (Malgorzata Gorol, que parece una evolución del personaje de la joven anoréxica de Cuerpo a la que daba vida Justyna Suwała). La influencia de la religión transformará la aparente generosidad y tolerancia en rechazo e intransigencia que salen a la luz en los impagables momentos de confesiones con el sacerdote del pueblo. Como ocurría en la pequeña comunidad holandesa calvinista de Matterhorn (2013) de Diederik Ebbinge, la directora expone abiertamente una crítica al arraigado catolicismo polaco, pero más que desde la exageración, lo abarca desde un siempre acertado e incisivo humor irónico y negro, incluso en las circunstancias más trágicas.
¿Esta preparada la sociedad para los cambios que se le presentan? ¿Sigue siendo una persona la misma aunque no conserve la misma apariencia? Szumowska no se limita a plantear estas y más preguntas, sino que además les da respuesta de una manera radical y concluyente. Pero dentro de esta crudeza, hay también espacio para la sensibilidad y la empatía, especialmente hacia el protagonista, el cual antes ya del accidente era el «bicho raro» simplemente por vestir diferente y querer marcharse de (lo que para el resto es) un orgullo de patria en busca de una vida mejor.
[1] “VI Muestra de Cine Polaco Contemporáneo. Un trayecto vital”, Caimán Cuadernos de Cine, Enero 2016, nº45 (96)