Reseña de Miguel Delgado
Estamos aún con la resaca de los últimos premios Oscar, pero esto no quiere decir que las películas nominadas no sigan coleando por nuestras carteleras e incluso que alguna atrasada llegue tiempo después. Este es el caso del nuevo trabajo de pintor y cineasta Julian Schnabel, que con su Van Gogh, a las puertas de la eternidad ha conseguido una nueva nominación al oscar para el siempre genial Willem Dafoe. Schnabel de nuevo nos entrega una biografía (todas sus películas lo son, y casi todas centradas en artistas), esta vez sobre la turbulenta existencia del pintor postimpresionista holandés, una tarea que no se antoja nada sencilla.
La película se centra en algunos de los aspectos más importantes de Van Gogh, como su curiosa relación con Paul Gauguin, su estancia en Arlés o su ingreso en el psiquiátrico de Saint-Remy, y sin embargo, el director consigue esquivar estructuras y tópicos habituales en las cintas biográficas para centrarse no tanto en los hechos, sino en como estos fueron vividos e interpretados por el pintor y cómo le afectaron. Resulta muy curioso el particular estilo visual de la cinta, que no pierde el preciosismo de la imagen y el color en una imitación de la obra del artista. Sin renunciar a un uso muy interesante del color con innegable herencia de la figura principal, Schnabel y el director de fotografía Benoît Delhomme echan mano de elementos estéticos puramente cinematográficos, como esa cámara incontrolable que al principio parece chocante, pero que resulta inapelable como muestra visual de la torturada alma del protagonista. Aquí no hay una labor de explicación enciclopédica, sino más bien un intento de aproximación psicológica al sufrimiento artístico a través del cine entendido como tal.
En este conjunto destaca, como no podía ser de otra manera, la labor de un maravilloso Dafoe, con una veracidad que se aleja mucho del intento descarado de ganar premios y transmite todos los matices de un personaje tan complicado como conmovedor. La particular mirada del realizador, atmosférica y abstracta, no desluce en ningún momento la humanidad de este Van Gogh, incomprensible y conmovedor, un ancla para el espectador ante sus deformados alrededores. Junto a él, un tremendo reparto con algunos actores bien aprovechados como Oscar Isaacs en la piel de Gauguin o Rupert Friend como su hermano Theo, y otros no tanto, como Mads Mikkelsen o Matthieu Almaric, que apenas aparecen una escena en lo que es un pequeño desperdicio del inconmensurable talento de estos dos intépretes.
Mención especial merece la bellísima música de una desconocida Tatiana Lisovskaya, gobernada por esos pianos que transmiten un minimalismo clásico cercano en ocasiones a Erik Satie, así como su uso en la película, más introspectiva que meramente estética, en sintonía al resto de elementos. Schnabel rinde así homenaje a uno de los pintores más reconocidos de la historia (si no el que más) de manera más que notable como una película con identidad pura. Como realizador ha demostrado ser algo irregular, pero con este último trabajo recupera su mejor nivel, aquel que fue capaz de traernos la estupenda La escafandra y la mariposa (2007).