Una vez más, ha dado comienzo el Festival de Cine Alemán de Madrid, que nos ofrece un nuevo ejemplo del panorama cinematográfico teutón del último año, cumpliendo ya su 21ª edición, e inaugurado por el último trabajo de un director, Andreas Dresen, al que ya se le dedicó una retrospectiva en 2012, en la que presentó además el que entonces era su último trabajo, Stopped on track (2011). Siete años después, tras las más académicas Mientras soñábamos (2015) y Timm Thaler o el niño que vendió su risa (2017), el director vuelve a un estilo más realista, por el que es mejor conocido, en Gundermann, reciente triundadora de los Premios Lola (seis galardones), biopic del músico Gehrard «Gundi» Gundermann, que tuvo una carrera de éxito en la RDA y en los años 90 tras la caída del Muro de Berlín. No es de extrañar que Dresen se interesara por retratar la historia del autor de canciones como «Gras», «Linda» o «Ich mache meinen Frieden», en primer lugar porque la música (su presencia o su ausencia) es siempre un elemento importante en su obra, y también porque el carácter de Gundermann de artista atípico, nada estereotipado, más como una persona normal, de a pie, que fue precisamente lo que generó su éxito entre las clases trabajadoras, se corresponde con el tipo de personajes que le gustan al director.
La película es un conjunto de la vida de «Gundi» como músico, minero, amante, marido, padre y socialista entregado al partido. Tanto, que incluso actuó como espía de la Stasi. Uno de los puntos negros de su vida que en la cinta se retrata, si no desde la ostalgie, sí desde un punto de vista más luminoso del que suele ser habitual. Algo similar a los propios tema del cantante, críticos pero también melancólicos y nostálgicos, interpretados en el filme por su entregadísimo actor principal, Alexander Scheer. Más que ahondar en los problemas de ambos sistemas, Dresen parece querer resaltar lo positivo, que en este caso es la gente que lucha por sus valores y por lo que ama. Y de ello hay en ambos bandos, poniendo el foco, no por primera vez e su cine, en los jóvenes y su importancia fundamental en los cambios que se producen en la sociedad.
Quizás al querer abarcar tantos aspectos relacionados con el complejo protagonista, la cinta resulta poco concreta en algunos de ellos, pero eso no le resta belleza a su alegato humanista, como es habitual en la filmografía de Dresen, que es casi también el acto de expiación hacia el músico que él mismo no llegó a realizar. Lo más destacable del elogioso retrato es la incidencia en la persistencia de Gundermann en no renunciar a sus sueños, pero sí compaginarlos con una labor que le da de comer y para mantener a su familia. Algo que es el día a día de mucha gente, lo cual hace que nos sintamos empáticamente más unidos al personaje, y por extensión a la película. Más teniendo en cuenta las consecuencias que esta entrega tuvo en su caso concreto, llevándolo a su prematura muerte.
Si hablábamos en Gundermann de una falta de ostalgie o añoranza, pero sin ser tampoco un ataque directo hacia la RDA, lo mismo podríamos decir de la ópera prima (a las que el Festival siempre da mucha visibilidad) del productor y autor Andreas Goldstein Adam & Evelyn. Presentada en el último Festival de Venecia, y basada en la novela de Ingo Shulze, la película se sitúa en los meses previos a la caída del Muro, y nos muestra una pareja en la Alemania del Este formada por un sastre y una camarera, que se enfrentan a una crisis dentro de un ambiente bucólico y estival. Con un interés fuertemente observacional, Goldstein parece al comienzo heredero de los patrones de la Escuela de Berlín gracias a unos personajes estáticos pero forzados a viajar de un lado a otro sin encontrar un destino concreto, que van virando hacia una comedia quirúrgica y fría, en contraste con la estación en la que se desarrolla, de enredos amorosos tan rocambolescos que al final incluso se autoparodia.
En su situación dentro de este convulso período en el que las fronteras se están difuminando y un nuevo mundo se está abriendo, la película recuerda a En tiempos de luz menguante (2017) de Matti Geschonneck, estrenada en nuestro país hace un año, con la misma forma de presentar personajes que encarnan al propio país y sus ramificaciones: Evelyn sería Alemania, dubitativa y temerosa antes los cambios que vienen, pero finalmente aceptándolos; Adam la RDA, cómodo en una posición que no quiere modificar; y los amantes, Occidente, la libertad, lo diferente, extraño, y por ello atractivo. Goldstein no les juzga ni a ellos ni al sistema que les envuelve, sino que su interés se centra en mostrar la diversidad de opciones que existe en cualquier situación, incluso una situación tan extrema como ésta. Y aunque no siempre funciona al mismo nivel, el resultado es, cuanto menos, atractivo.
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