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XXI Festival de Cine Alemán de Madrid (III)

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Una de las películas más arriesgadas del 19º Festival de Cine Alemán de Madrid fue El éxtasis (2016), que se enfrentaba a cuestiones religiosas y sexuales desde un agradecido atrevimiento. Dos años después, el director Sven Taddicken vuelve a contarnos una historia de amor disfuncional en La pareja perfecta, la cual se convertía en uno de los platos fuertes de la última edición del Festival. Y aunque su aproximación a los problemas de un matrimonio que trata de volver a la normalidad después de haber sufrido un asalto en el que que ella ha sido agedida sexualmente sea más convencional que su anterior filme, se sigue apreciando en la cinta su falta de indulgencia con respecto a las cuestiones espinosas que aborda.

Tras un comienzo que hiere casi al espectador de la misma manera que a sus protagonistas pasando de un contexto idílico a una pesadilla sin dar un respiro, lo que Taddicken nos va a contar, de la mano de unos entregados Luise Heyer, nominada al Premio Lola por su interpretación (que finalmente ganó en la categoría de mejor actriz de reparto por la también vista en el Festival Este chico necesita aire fresco), y Maximilian Brückner, es una idea bastante pesimista sobre la capacidad para superar el trauma, ya que el deseo de venganza supera al de la (¿imposible?) reconstrucción. Y es esta sed de venganza la que hace que los personajes se vayan desquiciando según avanza el metraje, del mismo modo que lo hace la cinta. Probablemente se trate de una estrategia del director para representar la inestabilidad de un cuarteto de caracteres forzado a confrontarse; pero, sin embargo, la sensación que acaba dando es fallida, como de no saber a dónde quiere ir. En consecuencia, su final abierto, en lugar de resultar sugerente e incluso prometedor, parece más forzado por la indefinición que va dominando la última parte del relato.

A pesar de que el movimiento de la Escuela de Berlín, surgido a principios de siglo, cada vez está más diluido y casi desaparecido (al menos los patrones que lo conformaron), el Festival de Cine Alemán siempre suele dejar un hueco para las última ramificaciones del mismo, mostrando los últimos trabajos de los autores que le dieron vida. Tras lo visto en obras magnas como Toni Erdmann (2016) de Maren Ade, o Western (2017) de Valeska Grisebach, el director Ulrich Köhler alcanza, siete años después de La enfermedad del sueño (2011) la definitiva humanización y disolución del hermetismo que caracterizaba la Escuela con In my room. El protagonista, Armin, es un hombre con una vida inestable y unas relaciones personales complicadas, pero que, a pesar de ello, tiene una unión muy fuerte con su abuela, y es emocionalmente susceptible a las situaciones que le rodean. Köhler se toma su tiempo en la narración para dar un giro inesperado hacia la ciencia ficción: un día, al despertar borracho en su coche, Armin descubre que ha desaparecido toda la humanidad, y que teóricamente, es el último hombre sobre la Tierra.

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El filme se diferencia de tono pesimista de trabajos como The Leftovers o Somos el diluvio (2016, vista también en el 19º Festival), o de las habituales historias postapocalípticas en su visión esperanzadora: el planteamiento de Köhler es el de que a veces puede hacer falta un cambio radical para enderezar tu existencia. De este modo, en un mundo en el que se han difuminado las fronteras, Armin, interpretado por un inspirado Hans Löw (que realiza un trabajo corporal impresionante), prefiere quedarse establecerse en un lugar concreto. Y es que esta nueva realidad se muestra completamente alejada de la inestabilidad del postmodernismo, y del movimiento constante que ésta implicaba, tema que era fetiche en la Escuela de Berlín.

Lo único reprochable es que Köhler no se atreva a seguir su premisa, y tenga la necesidad de añadir un elemento externo para hacer que la narración avance. Desde aquí, no nos hubiese importado seguir viendo durante una hora más al protagonista lidiando con los animales de su granja, compañeros de su nueva vida, que crean momentos de humor muy sutil, y aprendiendo a superar los obstáculos que se le imponen. En cualquier caso, el director nos regala en In muy room imágenes para el recuerdo, que van desde el nacimiento real de una cabra hasta el hipnótico baile de Armin a ritmo de la versión de Tiësto del Adagio for Strings de Samuel Barber. Un hermoso y sensorial final para un Festival que siempre nos descubre trabajos de interés, que llegan con cuentagotas a nuestras pantallas, y que gracias a ellos llevamos tantos años disfrutando.

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Esta entrada fue publicada en 20 junio, 2019 por en Cine alemán, Festivales y etiquetada con , , , , , , .
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