La excepcional ópera prima de Carlos Marques-Marcet, 10000 km (2014), empezaba con una pareja amaneciendo en su casa mientras afrontan una decisión muy importante. Del mismo comienza su tercera obra, Los días que vendrán, siendo a lo que se enfrentan en esta ocasión los protagonistas algo aún más trascendental. La breve pero muy coherente filmografía del director ha ido trazando un retrato orgánico y generacional de las relaciones entre treintañeros que se encuentran en diferentes estados emocionales y vitales: si la mencionada 10000 km nos mostraba cómo la búsqueda de estabilidad de uno de los miembros de la pareja chocaba con el deseo de experimientar y perseguir los sueños del otro, en la posterior Tierra firme (2017) asistíamos a los vaivenes producidos ante el despertar (o no) del instinto maternal. Los días que vendrán funcionaría como continuación de ésta última, en la que dos personaje principales, ya esperando un hijo, afrontan la nueva aventura de prepararse para ser padres, con sus alegrías pero también los problemas que afectan a sus sentimientos, y la aceptación de las cosas que ya no tendrán.
Los actores David Verdaguer (fetiche del director) y María Rodríguez Soto ceden todo el proceso del embarazo real de ella (auténtica revelación de la película) al ejercicio cinematográfico, haciendo una versión y reinterpretación de la cinta casera y doméstica que los propios padres de la intérprete rodaron de todo su gestación y nacimiento. Una entrega en la que muchas veces nos queda claro dónde acaban los personajes creados y empiezan las verdaderas personalidades. Marques-Marcet desarrolla casi toda la historia en espacios cerrados, rompiendo solo la clautrofobia en momentos puntuales de necesaria liberación (como ese paseo durante el día de Sant Jordi). Su introducción en la intimidad recuerda al incierto acercamiento a la paternidad que realizó Juan Barrero en La jungla interior (2013), aunque en este caso, con una vocación menos experimental y sí más indie, en la línea de un cine catalán cuyas características ya empiezan a ser de lo más evidentes, situando sus historias en épocas de crisis tanto económicas como vitales, forzando a los personajes a una inmadurez impuesta.
Aunque la película transita todo el tiempo entre esa línea de la realidad y la ficción, se observa en ella un importante trabajo de construcción (el uso de la música como elemento narrativo es bastante acertado), especialmente en la introducción nada azarosa de los típicos temas universales del cine de Marques-Marcet, como es el de la dificultad para mantener las relaciones en una época tan emocionalmente distante como la que vivimos, la comunicación, o falta de ella, o la dificultad para aceptar la entrada definitiva en el mundo adulto; pero también de cuestiones sociales candentes como puedan ser el aborto o la indefensión laboral de la mujer. Todo ello queda expuesto en la primera parte del filme de una manera algo abrupta y artificial, para ir poco a poco depurándose y quedándose con lo esencial, que es cuando sale la mejor versión del realizador; hasta finalmente llegar a la emoción pura.
Los días que vendrán representa un cine vivo, centrado, como siempre le interesa al director, en el presente y el mundo actual, pero esta vez situando la mirada hacia el futuro. De este modo, su habitual tono pesimista deja aquí de nuevo como en Tierra firme, una puerta abierta a un posible cambio positivo, y al consuelo de pensar que las cosas más inesperadas a veces funcionan, de una manera u otra.