Como es bien conocido, el refrán español “Quien a hierro mata, a hierro muere” quiere decir que cada uno recibe lo que da, en el sentido negativo; si realizas una acción dañina, te será devuelta por la vida al mismo nivel. Esta idea kármica ha sido explotada en la ficción desde el teatro griego, y por supuesto también en el medio cinematográfico. Literalmente, ya en A hierro muere (1962) Manuel Mur Oti contaba la historia de una pareja cuyo plan del crimen perfecto se tornaba contra ellos. Paco Plaza, uno de los nombres más destacados del cine de género en nuestro país, viene a completar el dicho con su último trabajo: Quien a hierro muere parece crear un díptico con la cinta de Mur Oti, con la que comparte el personaje principal de un enfermero en cuyas manos el sujeto al que teóricamente debe cuidar queda completamente vulnerable… ¿o no? La diferencia es que lo que aquí vemos no es un protagonista dominado por la avaricia, sino la tragedia de un antihéroe solitario enfrentado a un peligroso cártel de la droga en Pontevedra. Plaza firma una historia de venganza de manual, que oculta su escasa originalidad con una narración sin altibajos y una factura técnica impecable.
Durante el siglo XX se consideró El crack (1981 y su secuela de 1983), de Jose Luis Garci, la única auténtica película policíaca española, en el sentido más clásico. No es de extrañar así que los thrillers que han surgidos durante el esplendor que está habiendo del género en nuestro país en toda esta década del siglo XXI, caracterizados por su carácter costumbrista (el cual Plaza ya había mostrado en la castiza Verónica -2017-) y por sus personajes obligados a luchar contra sus demonios, pueden considerarse más que dignos herederos del filme de Garci. Quien a hierro mata entra dentro de esta dinámica, que tiene en La isla mínima (2014) su máximo exponente, pero que en este caso, estaría más cerca de Tarde para la ira (2016). Aquí esa misma rabia se manifestaría más comedida, pero igualmente devastadora, como un latido tensional constante de fondo (que la propia banda sonora de Maika Makovski se encarga de remarcar) que parece conducirnos a un inevitable funesto destino.
Plaza vuelve a situar la acción en Galicia, como ya hizo en su día en Romasanta, la caza de la bestia (2004), para esta vez abordar un relato crudamente real sobre lo integrado del tráfico de drogas en todos los habitantes del lugar, centrando su atención en el que interpreta Luis Tosar. Pocos actores podrían como él encarnar toda la complejidad y ambigüedad de su personaje, transmitiéndoselo además al espectador, que comprende sus motivos, y aún así, quiere que no los lleve a cabo, para evitar su propia caída en desgracia. El director nos libera de este sentimiento con sus característicos toques de humor, haciendo incluso que las propias trampas del libreto en este tipo de películas los potencien, y dejando para los momentos más dramáticos un manejo muy reflexivo del fuera de campo. A ello se une un tratamiento estético del color, sobre todo del rojo como representación de la violencia y el peligro.
Pese a algunas lagunas de guion y la falta de sorpresa general, Quien a hierro mata es un filme (quizás demasiado) correcto, ameno, y sobre todo muy eficaz, que más que intriga y acción lo que nos ofrece es casi un drama social nada indulgente sobre el que planea la idea de que siempre son los descendientes quienes pagan las consecuencias de las acciones de sus padres.