La filmografía de la directora Céline Sciamma siempre aborda cuestiones de identidad, de descubrir quien es cada uno en un mundo con unos roles establecidos que parecen inamovibles; especialmente en el caso de las mujeres, ya que se trata de un cine fundamentalmente femenino. Los hombres aparecen solo de fondo, pero su presencia siempre se hace evidente en su manera de limitar las libertades de ellas. Y aunque hay siempre un interés por el componente lésbico, la realizadora se preocupa por los problemas que afectan en general a las mujeres, también las heterosexuales. Todas estas directrices las encontramos en su último trabajo, Retrato de una mujer en llamas, que es también su filme más maduro, algo que incluso se aprecia en unos personajes que ya no son adolescentes en plena actualidad, sino adultas aisladas en la Bretaña francesa en el siglo XVIII. Se centra en una pintora cuyo modo de vida la ha condenado a la soledad, y en una joven de clase algo más acomodada que es obligada a casarse. Ambas desafían un destino que parece inamovible a través de la unión que surge por la creación de un cuadro.
Una historia de amor entre dos mujeres rodada en Francia ya es muy difícil que no nos remita a un filme tan introducido en el imaginario del género como es La vida de Adèle (2013), y de hecho podríamos decir que la cinta de Sciamma es totalmente lo contrario a la de Abdellatif Kechiche, y a la vez es lo mismo; es decir, ambos trabajos son igualmente pasionales, y hasta cierto punto comparten una focalización en lo físico, casi palpable, de la representación del deseo. Pero la que nos ocupa lo expresa todo de una manera mucho más contenida. De este modo, los encuentros entre las protagonistas (magníficas Noémie Merlant y sobre todo, una conmovedora Adèle Haenel, que ya protagonizó la primera película de Sciamma, Lirios de agua -2007- y su corto Pauline -2010-), presentadas además de manera soberbia con unas simples pinceladas (nunca mejor dicho), están más enfocados hacia la sensualidad que hacia la sexualidad de Kechiche.
La escenografía de la cinta es austera pero a la vez rica en matices, ya que la fotografía Claire Mathon, que ya deslumbró en 2013 con El desconocido del lago, aquí vuelve a recurrir las referencias pictóricas, desde el equilibro riguroso del tenebrista Georges Latour al costumbrismo de las escenas de hogar de Vermeer. Musicalmente, Sciamma cambia los temas modernos y comerciales por Vivaldi, sin duda protagonista de algunos de los mejores momentos de este año: si la semana pasada hablábamos de su presencia en Lo que arde (con la que también comparte esa idea regeneradora y poderosa del fuego), aquí es el tercer movimiento del Verano en Las Cuatro Estaciones el que, con su evocación de una tormenta estival, simboliza el desapacible tiempo que enmarca la narración (que a su vez es un reflejo del turbulento mundo interior de la pareja), contrastando además con la falta de uso de banda sonora en la mayor parte del resto del filme.
Retrato de una mujer en llamas es una película que despide melancolía en cada fotograma, entendida como una despedida constante, porque el espectador sabe que, sea como sea que se desarrolle el relato, no podrá terminar de otra manera. Es esa sensación lo que le da la fuerza emocional a una obra de apariencia fría, pero de fondo desoladora y dolorosamente hermosa.
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