Trece años después del éxito de su exitosa La boda de Tuya, el chino Wang Quan’an, tras sus incursiones en el pasado y presente de su país, vuelve al ruralismo mongol con El huevo del dinosaurio, presentada en el pasado Festival de Berlín (certamen por excelencia del realizador, donde ha ganado el Oso de Oro por la mencionada La boda de Tuya, mejor guion con Separados, juntos -2010-, y mejor fotografía por White Deer Plain -2011-) y ganadora en los festivales de Valladolid y Gante. El filme destaca en primera instancia por una sorprendente premisa de thriller localista y atmosférico del tipo Memories of murder (2003), del reciente ganador del Oscar Bong Joon-ho, o La isla mínima (2014), de Alberto Rodríguez, con los que entronca en su estupenda secuencia de apertura (una escena nocturna que comienza con el descubrimiento de un cadáver en medio de un lugar inhóspito). Sin embargo, el caso que investiga la policía irá quedando en un plano cada vez más secundario (incluso en su última parte, completamente abandonado), para finalmente centrarse Quan’an en los temas que le interesan, como son el enfrentamiento entre lo rural y urbano, jóvenes y mayores, tradición y modernidad, u hombres y mujeres.
Con una enérgica pastora que vive aislada pero busca el contacto físico esporádico como personaje protagonista, y la heladora estepa mongola como telón de fondo, el realizador establece un contraste entre la belleza de la excelsa fotografía de Aymerick Pilarski (potenciada por las largas secuencias con apenas cortes y unos planos generalísimos), y los bruscos zooms que recuerdan a Hong Sang-soo (con quien también comparte el patetismo de los personajes masculinos) y el sonido sucio (buscado) de los escasos diálogos. El guion da prioridad antes que a las palabras a los momentos musicales, desde cantos autóctonos a Elvis Presley, utilizados de manera casi paródica, del mismo modo que las intervenciones de los animales, que acaparan la atención de las escenas en las que aparecen con personalidad propia. Con todo ello se consigue un realismo estético cuya combinación, lejos de chirriar, encaja a la perfección, en un tono contemplativo y pausado que sin embargo habrá a quien le pueda parecer algo tedioso.
Con la excusa de creencias ascentrales enraizadamente asiáticas sobre la procedencia y la evolución, El huevo del dinosaurio es, ante todo y finalmente, un ejercicio profundamente humanista que pone en primer plano una cuestión tan universal (probablemente de ahí su éxito allí por donde ha pasado) como es la fuerza voluntad de las mujeres y su lucha por la independencia, frente a la presión social en torno a lo que de ellas se espera, que llega hasta los lugares más remotos.